“Solo
recuerdo dos cosas: una que la ciudad donde vivía no tenia murallas, y otra,
que todos caminábamos arrastrando una sombra”.
-
¿Y no recuerda nada más? – Preguntó
Fred el sicólogo de a bordo.
-
Nada más, esa es la pesadilla que
tengo noche tras noche desde que salimos de la hibernación hace tres meses –
comento Alan notablemente nervioso.
Fred
levantó ambas manos con las palmas hacia el frente pidiéndole calma – ¿y cual
es el problema Alan?, por que ese sueño le intranquiliza tanto como para
llamarle pesadilla – le interrogó suavemente.
-
Creo que no quiere entenderlo
doctor, el problema no es el sueño: En el sueño paseo por una hermosa ciudad,
una ciudad de calles amplias, con jardines frente a las casas y arboles y
pájaros y el Sol, un sol rutilante y cálido como nunca había visto, brilla en
lo alto del un cielo azul, limpio y trasparente. Mire a donde mire, el horizonte está ahí, lejano y misterioso dando una amplitud a todo
que casi parece infinita – Alan guardó unos segundos de silencio mientras
miraba al suelo distraídamente. Después levantó la cara de pronto y clavo sus
ojos en los de Fred y repitió de nuevo – El problema no es el sueño doctor, el
problema es que me despierto aquí, encerrado en esta nave, en esta lata de
sardinas donde el horizonte solo es negrura infinita tras las claraboyas y donde el Sol son estas lámparas anodinas
que no producen ni una maldita y triste sombra.
-
Bueno Alan, tranquilízate, tomate
unas horas de descanso – Fred reclinó el respaldo del sillón que ocupaba Alan
convirtiéndolo en una especie de camilla, después inyectó un calmante en su
brazo y esperó a su lado a que hiciese efecto.
Alan
cerró los ojos y poco a poco su cuerpo
fue perdiendo la tensión que le aquejaba quedando finalmente flácido y
tornándose su respiración tranquila y acompasada.
El
doctor abandonó su camarote-consulta y se encaminó al puente de mando.
–
capitán ¿podemos hablar? – dijo
al llegar. El capitán le miró interrogante y Fred le hizo señas de que prefería
hacerlo en privado.
Cuando el capitán cerró la puerta de su
camarote-despacho, Fred se sentó y con
voz suave le explicó al detalle lo
ocurrido con Alan.
-
¿Lo que le ocurre a ese muchacho,
puede convertirse en un problema serio? – pregunto el capitán sin demostrar un
interés especial en la respuesta.
-
Ya es un problema grave capitán. No
es el primer hombre de nuestra tripulación que sufre este síndrome. En las
otras cinco tripulaciones hibernadas también hay casos, incluso más serios.
Según los informes un mecánico intentó abandonar la nave a riesgo de
despresurizarla el androide de seguridad
tuvo que abatirle para impedirlo.
El
capitán reflexionó unos instantes y luego fue tajante – hibernelo y que nadie
lo despierte hasta llegar a destino.
-
Será el quinto capitán – contestó
Fred.
-
No importa, hay suficiente personal
para maniobrar la nave en los siguientes relevos – dijo y se le quedó mirando
fijamente - ¿quiere algo más doctor?
-
Solo recordarle que usted también
tiene que visitarme, para pasar el reconocimiento
– informó marcando las sílabas imperceptiblemente más de lo habitual.
El
capitán le contemplo en silencio unos instantes y después mientras se volvía
respondió – No se preocupe Fred iré a su consulta, ahora retírese por favor.
Cuando Fred
cerró la puerta, el capitán se sentó y giró su silla hacia la enorme ventana
que desde su camarote se abría al cosmos. Por un momento se dejo llevar por la
nostalgia y evoco sus primeros tiempos como piloto, fumigando en un biplano
extensos campos de cereal en las interminables llanuras del oeste. Recordó las
acrobacias, las risas, el viento sobre su cara y su corazón desbocado en el
pecho por la sensación de plenitud y libertad.
Luego quiso ser el mejor y logró
serlo, piloto militar, piloto espacial,
uno de los mejores y acabó aquí en esta misión pionera de exploración.
Cuanto
tiempo ha pasado ya, lo piensa con cuidado, 50 años hibernado y 10 meses
despierto en su relevo.
Seis tripulaciones completas en
busca de nuevos lugares para la raza humana.
Nadie los espera ya, todos los que
una vez los quisieron, los que alguna vez significaron algo para ellos serán ya
ancianos o cenizas en el viento.
El capitán con una torcida sonrisa
piensa en Fred, el robot médico, en su preocupación por los pequeños episodios
de locura de la tripulación humana. Piensa que tal vez algún día le explique
que sus aires de médico sabelotodo no son más que un programa de conciencia
artificial implantado en una asombrosa máquina de aspecto humano, a ver que
cara se le queda.
Volvió a asomarse al ventanal, miles
de estrellas reverberaban en todas direcciones.
Durante un instante se sintió
abatido y pensó en lo lejos que estaban de todo, y que tal vez este no era como
pensaron al principio, el viaje de unos héroes hacia los confines de la galaxia
para salvar a la humanidad, sino el de
unos condenados a lo más profundo de sus propios infiernos.