Entradas populares

jueves, 23 de julio de 2015

EL PRINCIPITO.

Hola
Releer es siempre interesante por que siempre encontramos nuevos matices en estos libros que desde las estanterias nos llaman una y otra vez.
EL PRINCIPITO es una de mis pequeñas debilidades, no se cuantas veces lo he leído y siempre lo disfruto como la primera vez.
Imprescindible.

sábado, 30 de mayo de 2015

LA NOCHE QUE FRANKENSTEIN LEYÓ EL QUIJOTE.

Este libro es una pequeña obra que nos cuenta de una manera amena anetdotas interesantes sobre libros y autores.
Los libros también tienen vida secreta y es de lo más interesante.
Muy recomendable.

lunes, 25 de mayo de 2015

Ajuar funerario.

Muy interesante librobde minicuentos de terror.
Fernando Iwasaki destila creatividad y una mala leche literaria digna de mención.
Recomendable a más no poder.

El club erotico de los martes

Libro entretenido e insustancial.
Lo mejor: el personaje llamado Lux, todo un carácter.

domingo, 20 de mayo de 2012

Solo recuerdo......


“Solo recuerdo dos cosas: una que la ciudad donde vivía no tenia murallas, y otra, que todos caminábamos arrastrando una sombra”.
-          ¿Y no recuerda nada más? – Preguntó Fred el sicólogo de a bordo.
-          Nada más, esa es la pesadilla que tengo noche tras noche desde que salimos de la hibernación hace tres meses – comento Alan notablemente nervioso.
Fred levantó ambas manos con las palmas hacia el frente pidiéndole calma – ¿y cual es el problema Alan?, por que ese sueño le intranquiliza tanto como para llamarle pesadilla – le interrogó suavemente.
-          Creo que no quiere entenderlo doctor, el problema no es el sueño: En el sueño paseo por una hermosa ciudad, una ciudad de calles amplias, con jardines frente a las casas y arboles y pájaros y el Sol, un sol rutilante y cálido como nunca había visto, brilla en lo alto del un cielo azul, limpio y trasparente. Mire a donde mire,  el horizonte está ahí,  lejano y misterioso dando una amplitud a todo que casi parece infinita – Alan guardó unos segundos de silencio mientras miraba al suelo distraídamente. Después levantó la cara de pronto y clavo sus ojos en los de Fred y repitió de nuevo – El problema no es el sueño doctor, el problema es que me despierto aquí, encerrado en esta nave, en esta lata de sardinas donde el horizonte solo es negrura infinita tras las claraboyas  y donde el Sol son estas lámparas anodinas que no producen ni una maldita y triste sombra.
-          Bueno Alan, tranquilízate, tomate unas horas de descanso – Fred reclinó el respaldo del sillón que ocupaba Alan convirtiéndolo en una especie de camilla, después inyectó un calmante en su brazo y esperó a su lado a que hiciese efecto.
Alan cerró los ojos y poco a poco  su cuerpo fue perdiendo la tensión que le aquejaba quedando finalmente flácido y tornándose su respiración tranquila y acompasada.
El doctor abandonó su camarote-consulta y se encaminó al puente de mando.
 –  capitán ¿podemos hablar?  – dijo al llegar. El capitán le miró interrogante y Fred le hizo señas de que prefería hacerlo en privado.
      Cuando el capitán cerró la puerta de su camarote-despacho, Fred se  sentó y con voz suave le explicó al detalle  lo ocurrido con Alan.
-          ¿Lo que le ocurre a ese muchacho, puede convertirse en un problema serio? – pregunto el capitán sin demostrar un interés especial en la respuesta.
-          Ya es un problema grave capitán. No es el primer hombre de nuestra tripulación que sufre este síndrome. En las otras cinco tripulaciones hibernadas también hay casos, incluso más serios. Según los informes un mecánico intentó abandonar la nave a riesgo de despresurizarla el androide de seguridad  tuvo que abatirle para impedirlo.
El capitán reflexionó unos instantes y luego fue tajante – hibernelo y que nadie lo despierte hasta llegar a destino.
-          Será el quinto capitán – contestó Fred.
-          No importa, hay suficiente personal para maniobrar la nave en los siguientes relevos – dijo y se le quedó mirando fijamente - ¿quiere algo más doctor?
-          Solo recordarle que usted también tiene que visitarme,  para pasar el reconocimiento – informó marcando las sílabas imperceptiblemente más de lo habitual.
El capitán le contemplo en silencio unos instantes y después mientras se volvía respondió – No se preocupe Fred iré a su consulta, ahora retírese por favor.
Cuando Fred cerró la puerta, el capitán se sentó y giró su silla hacia la enorme ventana que desde su camarote se abría al cosmos. Por un momento se dejo llevar por la nostalgia y evoco sus primeros tiempos como piloto, fumigando en un biplano extensos campos de cereal en las interminables llanuras del oeste. Recordó las acrobacias, las risas, el viento sobre su cara y su corazón desbocado en el pecho por la sensación de plenitud y libertad.
            Luego quiso ser el mejor y logró serlo,  piloto militar, piloto espacial, uno de los mejores y acabó aquí en esta misión pionera de exploración.
Cuanto tiempo ha pasado ya, lo piensa con cuidado, 50 años hibernado y 10 meses despierto en su relevo.
            Seis tripulaciones completas en busca de nuevos lugares para la raza humana.
            Nadie los espera ya, todos los que una vez los quisieron, los que alguna vez significaron algo para ellos serán ya ancianos o cenizas en el viento.
            El capitán con una torcida sonrisa piensa en Fred, el robot médico, en su preocupación por los pequeños episodios de locura de la tripulación humana. Piensa que tal vez algún día le explique que sus aires de médico sabelotodo no son más que un programa de conciencia artificial implantado en una asombrosa máquina de aspecto humano, a ver que cara se le queda.
            Volvió a asomarse al ventanal, miles de estrellas reverberaban en todas direcciones.
            Durante un instante se sintió abatido y pensó en lo lejos que estaban de todo, y que tal vez este no era como pensaron al principio, el viaje de unos héroes hacia los confines de la galaxia para salvar a la humanidad,  sino el de unos condenados a lo más profundo de sus propios infiernos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Instrucciones para afeitarse cada mañana.



Salir de la profundidad del océano oscuro de los sueños, donde hibernamos cuando el nosotros descansa, es fácil. El reloj despertador es la cuerda de seguridad que nos sujeta y nos trae de vuelta a la vigilia de la mañana, de todos los días laborables de nuestra vida.

Escapar del abrazo cálido de la ropa de cama, levantarse tambaleante y dirigir el rumbo escorado hacia la sala de baño. Buscar en esa pulida ventana hacia lo opuesto del mundo, sobre el lavabo, los ojos de ese ser, que nos asistirá como guia en el ritual que nos disponemos a realizar.

Lo miramos y nos mira, nos reconocemos y sintonizamos uno con otro. Todos me dirían al verle que soy yo, pero ambos sabemos que no es así, ¿le dirán también al otro lado, que yo soy él?.

Mirándole de reojo llenaremos la pila del agua que ilustres ingenieros nos traen de no sabemos que rió, calentada por la combustión de un gas llegado de un exótico país que probablemente moriremos sin conocer.

Tras esto, esconderemos nuestra cara tras el velo blanco de la espuma, sobre el que trazaremos caminos con los filos. Caminos que quedaran despejados de esa transformación nocturna de nuestro rostro, que lo gira en redondo hacia la faz del simio que al principio fuimos, llenándolo de un vello duro, cada vez mas espeso y áspero.

Nuestra alma, más vieja, también es más áspera y aunque más fuerte, aguanta más porque siente menos, por que la piedra no siente el dolor.

La barba que nos crece en el alma con el tiempo, esta tintada de egoísmo, espesa de soledad. Si no la rasuramos a diario nos cambia el aspecto, nos crece y nos tapa el cuerpo, nos vuelve de nuevo el mono hostil que no vive, sobrevive.

Tras rasurarnos por fuera, lavaremos con agua fría el rostro y lo untaremos con lociones que restañaran las pequeñas heridas. Siempre hay pequeñas heridas.

Después, miraremos de nuevo nuestro reflejo, el semblante de ese zurdo que nos mira, el que guiña el ojo derecho cuando nosotros lo hacemos con el izquierdo.

Nos preguntaremos si también tendrá pensamientos simétricamente opuestos a los nuestros.

Tras esto, conformes, saldremos al mundo un nuevo día con la cara tersa y preguntándonos con pena si nuestra alma no tendrá, cada vez mas, el aspecto de un horrible monstruo barbudo, que no encontramos la manera de afeitar.

domingo, 24 de mayo de 2009

CAPERUCITA NEGRA

No me gustaba este trabajo, pero hay que ganarse la vida y a mi siempre se me habia dado bien seguir rastros, soy pequeño y listo, estoy bien dotado para ello.

Todo comenzó el día que los Grimm, mis autores, me llamaron a su casa y con aire de misterio me hicieron pasar al despacho donde escribían y allí me explicaron lo que querían de mi: Tenía que seguir a un personaje de un tal Charles Perrault, un franchute estirado, cuyo alias era Caperucita Roja, querían basar en ella un cuento infantil y claro necesitaban referencias. Al despedirme me dieron una carpetita con sus datos y un pequeño dibujo a plumilla de su cara. Ya en la puerta me dijeron dándome una palmadita en la espalda – esperamos resultados, Pulgarcito – y cerraron la puerta en cuanto atravesé el umbral.

Todo fue rodado, en un par de días, llegue en carreta al pequeño pueblo en el lindero del bosque. Simule ser un tratante de ganado de camino a una feria de la ciudad que se celebraría en unos días. Eran buena gente y no me miraban raro por mi tamaño, aunque tuve que hacerme con una sonora fusta para ganarme el respeto de más de un gato que me confundía con su almuerzo.

Revolotee alrededor de la casa de Caperucita, la seguí al colegio donde no era alumna sino la maestra, espié sus entradas y salidas, hice lo posible por escuchar sus conversaciones con vecinos y amigos. La única conclusión que saqué, es que ya no era ninguna niña, monsieur Perrault debió escribir su historia hace ya tiempo, pero al margen de eso nada de nada. Las sospechas de los Hermanos Grimm parecían injustificadas, pero los alemanes no suelen entrar en ningún sitio, sin saber como van a salir.

Decidí quedarme un día más por asegurarme y en ese día, vinieron las sorpresas. Fue en domingo cuando la vi salir de su casa llevando una larga capa roja con capucha anudada al cuello, ningún otro día se la había visto. Llevaba en la mano una cesta cubierta con un paño a cuadros y correteaba cantando, por el camino del norte, el que llevaba al bosque. En ese momento pasó a mi lado silbando un labriego, le saludé y le pregunté – quien es esa joven que va tan alegre camino del bosque – el me contesto mientras la miraba de forma extraña – es Caperucita, todos los domingos visita a su abuela que se retiró a vivir en una cabaña en lo profundo del bosque, y le lleva un tarrito de miel un queso y un pastel.

La seguí al bosque y para ello tuve que correr y mucho, ya que mis cortas piernas no me permitían igualar la velocidad de su trote. Se desvió del camino principal a otro más pequeño y de este a otro y otro. En nada de tiempo estuvimos en lo más remoto y oscuro del bosque. Allí, las diez de la mañana parecían la medianoche más oscura, ni los animales hacían ruido, solo oía los pasos de la muchacha y su canción tarareada hacia que todo pareciese el extraño ambiente de un sueño.

De pronto su canción cesó y vi entre las ramas bajas y los arbustos como se paraba a hablar con alguien. Ambos charlaban entre susurros junto a un inmenso árbol hueco del tamaño de una casa que tenía en su tronco un acceso con forma de puerta cubierto por una cortina, curiosamente también roja. Por la copa reseca del árbol salía un difuso humo. Dentro del tronco había un rumor que no llegaba a identificar. Decidí subir a la copa de tapadillo y desde allí observar el interior, lo que fuese, iba a ocurrir allí dentro y yo quería asiento de primera fila.

Por la parte contraria a la puerta, escalé el inmenso tronco, oía desde allí a Caperucita hablar con alguien de voz ronca que parecía querer convencerla de algo, justo cuando llegaba a la copa, sobre el agujero que daba al interior la oí decir – de acuerdo, lo haré -.

Miré al interior, estaba muy oscuro, ahora identifiqué el rumor, eran conversaciones de varias personas, que no llegaba a ver a pesar de que en el centro del hueco ardía un pequeño fuego.

De repente todo se precipitó, alguien encendió cuatro antorchas y las sujetó a las paredes iluminando todo el interior, se hizo el silencio y vi en un costado un montón de hombres sentados en el suelo que miraban en silencio a Caperucita que permanecía quieta, en el centro, con la capucha puesta. Junto a ella, un tipo con la cara picuda y llena de pelo, la miró con ojos centelleantes y de no se donde, sacó un violín y algo encorvado comenzó a tocar una melodía muy sensual. Caperucita comenzó a bailar lentamente, de una forma tan seductora, que el fuego se detuvo por miedo a perderse el tornear de ese cuerpo. La música fue acelerando su ritmo nota a nota y también la danzarina lo hizo, mientras el extraño público jaleaba y tocaba las palmas siguiendo el ritmo.

De repente el violinista ceso de tocar y ella quedó de nuevo en el centro, jadeante frente al de nuevo silencioso e inmóvil público. Sin más en un solo movimiento soltó su capa roja y la dejó caer, se oyó un profundo murmullo y yo mismo quedé sorprendido y al poco me caigo cuando vi aquel hermoso cuerpo desnudo y los ojos casi se me salen de las orbitas al ver el tatuaje que llevaba sobre su pubis lampiño, la negra cabeza de un lobo.

En ese momento di por concluida mi investigación, baje del árbol y desandé el camino de vuelta al pueblo, escuchando cada vez más lejos a mi espalda la melodía hipnótica del violín, que ponía la salsa a aquella ceremonia pagana.

Cuando salí al claro que separa, partido por el camino, el bosque del pueblo me paré; respiré profundo y me senté en una gran piedra blanca. No sabia que hacer.

Al cabo de un par de horas surgió del bosque Caperucita, llevaba de nuevo su cancioncilla en la boca y al verme allí sentado se detuvo en seco y se quedó callada mirándome, al cabo de un largo minuto se acercó despacio y se sentó a mi lado, en el suelo, por un momento me sentí incómodo al recordar su desnudez bajo la capa. Tras un rato de silencio me dijo – Las historias hermosas no son eternas, tú tampoco eres ya el Pulgarcito del cuento, si lo fueras no estarías aquí, haciendo lo que haces -. No supe que decir.

Ágilmente volvió a levantarse, sacó de la cestita un pequeño trozo de pastel sobre una gran hoja de parra, me lo entregó y siguió su camino hacia el pueblo cantando suavemente, como se le canta a un niño para hacerle reír.

Jamás he mentido tanto como mentí en el informe que les pasé a los Grimm.

El resto de la historia ya la conocéis.

sábado, 31 de enero de 2009

MI HERMOSA PANADERIA.

No puedo hablar de este tema sin sentir en cierto modo, un poco de esa vergüenza que provoca el hecho de hacer público un pecado antes no confesado.

Hace ya 17 años que vine a vivir a mi actual barrio y desde ese primer momento caí cautivado por una pequeña panadería que hay en el mercado, nada más entrar por la puerta norte, a la izquierda, justo enfrente de la cafetería.

Los dueños son un matrimonio, entonces de cincuenta y pocos, ahora de sesenta y tantos.
Ella es mujer de muchas tablas y carácter un poco avieso, de ese que a veces queda como un resto, en las personas que por su trabajo tratan mucha gente a diario, siempre con rulo de peluquería y una bata blanca para no manchar la ropa de calle.
El en cambio, es persona discreta y de pocas palabras, siempre detrás del huracán de su mujer, que parece evitarle discretamente que despache al público, protegiéndole como a un niño del contacto con los extraños y le relega a hacer de asistente y tratar con repartidores y reponer lo gastado al despachar.
Finalmente, la tercera en liza siempre ha sido una chica joven, contratada para ser la infantería de vanguardia que se enfrenta a lo más duro del día a día en la tienda, de estas ya han sido tres, las dos que dieron a luz y después lo dejaron, y la actual que es uña y carne de mi hija pequeña, (no hay promoción de la que mi peque no se lleve el muñeco ni el dulce sin necesidad de hacer el obligado consumo).

En fin, aquí siempre me han dado todo lo que he necesitado, todo muy tradicional y previsible, muy hogareño. Alguna vez alguna prueba con algún bizcocho de una marca o relleno nuevo hacía que saliésemos de la rutina pero al final todo quedaba en la intención más que en otra cosa, pero así yo estaba contento.

Pero los años también han pasado para mí, y estos te convierten en hedonista, por que el tiempo te enseña a apreciar lo bueno de verdad y la carne es débil. Y en este asunto yo he sido débil lo confieso: han abierto una tienda de estas de chinos que les llaman ahora, que antiguamente, cuando los dueños eran cristianos viejos se llamaban ultramarinos, una tienda joven, solo tiene dos años y dispuesta a todo, no cierra al mediodía y que me da lo que la otra panadería no podrá darme nunca, pan tierno, recién hecho a las 3 y media de la tarde, cuando salgo de trabajar y regreso a casa con mas hambre que un lobo de siberia.

Al principio pensé que solo era un capricho, que compraría de nuevo el pan en la antigua, para comerlo ya gomoso de un día para otro, a la rutina de lo conocido de tantos años, pero no puedo volver a eso, después de conocer el paraíso ¿quien vuelve a la rutina?.

A veces retorno al mercado a comprar unas magdalenas o algún bollito, más por dejarme ver que por otra cosa, la tensión se nota en el aire y la pregunta siempre aparece “¿no quieres pan?”, poco a poco me voy quedando sin excusas, que si estamos a dieta, que si comemos en el trabajo...

Pero lo peor estaba aún por llegar, esta semana han abierto en el barrio un supermercado de cadena y cuando fui a visitarlo por curiosidad descubrí que no cierra a medio día y que venden tal cantidad de variedades de pan que rayan la obscenidad y cuando volvía a casa pensando en cenar al día siguiente salmón ahumado sobre pan de centeno di por asumido que hoy en día, a mis años, me es cada vez más difícil ser fiel a nada, ¿será la crisis de los cuarenta?.