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domingo, 5 de septiembre de 2010

Instrucciones para afeitarse cada mañana.



Salir de la profundidad del océano oscuro de los sueños, donde hibernamos cuando el nosotros descansa, es fácil. El reloj despertador es la cuerda de seguridad que nos sujeta y nos trae de vuelta a la vigilia de la mañana, de todos los días laborables de nuestra vida.

Escapar del abrazo cálido de la ropa de cama, levantarse tambaleante y dirigir el rumbo escorado hacia la sala de baño. Buscar en esa pulida ventana hacia lo opuesto del mundo, sobre el lavabo, los ojos de ese ser, que nos asistirá como guia en el ritual que nos disponemos a realizar.

Lo miramos y nos mira, nos reconocemos y sintonizamos uno con otro. Todos me dirían al verle que soy yo, pero ambos sabemos que no es así, ¿le dirán también al otro lado, que yo soy él?.

Mirándole de reojo llenaremos la pila del agua que ilustres ingenieros nos traen de no sabemos que rió, calentada por la combustión de un gas llegado de un exótico país que probablemente moriremos sin conocer.

Tras esto, esconderemos nuestra cara tras el velo blanco de la espuma, sobre el que trazaremos caminos con los filos. Caminos que quedaran despejados de esa transformación nocturna de nuestro rostro, que lo gira en redondo hacia la faz del simio que al principio fuimos, llenándolo de un vello duro, cada vez mas espeso y áspero.

Nuestra alma, más vieja, también es más áspera y aunque más fuerte, aguanta más porque siente menos, por que la piedra no siente el dolor.

La barba que nos crece en el alma con el tiempo, esta tintada de egoísmo, espesa de soledad. Si no la rasuramos a diario nos cambia el aspecto, nos crece y nos tapa el cuerpo, nos vuelve de nuevo el mono hostil que no vive, sobrevive.

Tras rasurarnos por fuera, lavaremos con agua fría el rostro y lo untaremos con lociones que restañaran las pequeñas heridas. Siempre hay pequeñas heridas.

Después, miraremos de nuevo nuestro reflejo, el semblante de ese zurdo que nos mira, el que guiña el ojo derecho cuando nosotros lo hacemos con el izquierdo.

Nos preguntaremos si también tendrá pensamientos simétricamente opuestos a los nuestros.

Tras esto, conformes, saldremos al mundo un nuevo día con la cara tersa y preguntándonos con pena si nuestra alma no tendrá, cada vez mas, el aspecto de un horrible monstruo barbudo, que no encontramos la manera de afeitar.